En la terraza del Valchette, o desde alg n banco del Luxemburgo, me fijo singularmente en los ex ticos que desfilan. Y me llama sobre todo la atenci n el negrito del panam , un negrito negro, negro, con un panam blanco, blanco. Es un negrito delgado, gil, simiesco, orgulloso, pretencioso, pintiparado, petimetre, suficiente, contento y como danzante. Par s contiene varias clases de hijos de Cham, pero este negrito a ninguna de ellas pertenece. No es, seguramente, el c lebre payaso Chocolat, que ha recibido recientemente una medalla por haber ido muchos a os a divertir con saltos y muecas a los ni os pobres de los hospitales y asilos; no ser , por cierto, Koulery Oun balo, pr ncipe Glegl , hijo del rey Behanzin Cortacabezas, que puede verse reproducido en cera en el Museo Grevin, y del cual pr ncipe, que ha servido como buen soldado a Francia, no ha vuelto a acordarse el Estado que depusiera a su padre; no ser , de ninguna manera, el diputado por la Guadalupe, Legitimus, que ha pasado ya los a os de la alegre juventud; no ser , sobre todo, el estupendo Johnson, que desquijarr a Jeffries en Yanquilandia y cuyo retrato y sonrisa de oro han popularizado las gacetas. Qui n ser , entonces, este negrito pintiparado que camina en se dandinant; y dodelinant de la t te? A veces va solo; a veces con otros compa eros de color, pero que no tienen sus manifestaciones de holgura ni su c ndido jipijapa; a veces, en compa a de una moza pizpireta del quartier, una de esas trabadas calipigias que andan hoy por la moda en perpetua gymkana.
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