La noche ten a una diafanidad de maravilla. V ctor detuvo perezosamente su marcha de pereza ante la fronda del hotel. Hab a un coche a la puerta y dorm a el cochero. Las dos. El problema eterno de su horrible libertad le abrumaba. Si quer a, pod a entrar. Si quer a, pod a seguir paseando de un modo filos fico las calles. Por lo pronto, quieto, aspirando el olor de las acacias en la fiesta de este Mayo seren simo, deplor que la avenida se pareciese...