Detrás de la imagen de la autopista comienza el misterio de la poesía. Una continuación de movimientos nos traslada a esa situación de ensueño que golpea y estalla contra el vidrio del ojo, que se expande y colapsa como la verdad fundida en el reverso de las palabras. La temperatura es constante por eso se produce esta fusión entre fatalidad y pensamiento poético.Las palabras evidencian el pasaje y la atomización de estados intermedios: lo sólido y lo líquido, el sueño y la vigilia, el tiempo y el túnel del infinito; en el calor humeante del asfalto.La gran metáfora de la autopista se abre para llevarnos a un recorrido donde aparecen percepciones de la realidad, reflejos del cemento, túneles infinitos que nos conducirán a una reflexión profunda y controvertida acerca del sentido que tienen, en esta frágil realidad, la existencia del ser y los objetos.Sabemos que los puentes han sido una excusa, que el camino nunca es el mismo desde la perspectiva del volante, que no podemos mirar por el espejo retrovisor porque el tiempo en las autopistas es urbano y exigente. No puede haber interrupciones en ese camino gris y ardiente. Pero alguien está muriendo, la materia está cambiando, y en la ciudad no hay titubeo: "las líneas blancas de la carretera que ahora forman la silueta del difunto". La velocidad funde esa visión del desastre que irrumpe como un relámpago por el ojo derecho.El cuerpo y el poema se fragmentan, se despedazan, mientras la autopista sigue como una sustancia indeterminada que toma concepto a partir de su nombramiento; sin embargo, más allá de la autopista: está lo incorpóreo, lo que fluctúa en una pequeña fisura de espacio-tiempo, lo que arrasa con el sueño silencioso de la desesperada humanidad. Las almas oscilan en ese estado abstracto, en ese estado intermedio donde la velocidad habla de lo estático. El cambio, a través de la palabra y del cuerpo, lucha por continuar en ese camino que será posterior a la vehemencia del asfalto.En la última etapa; los cuerpos intentan componerse, cicatrizar el desdoblamiento, aglutinar las máscaras. Las palabras vuelven a armarse. El cuerpo desintegrado por la crisis espera dolido la ascensión. El mundo del yo tambalea junto con los objetos que intentan justificarlo. La autopista, no es lo que realmente vemos, sino que se ha transformado en una línea recta que propone la ensoñación y el sufrimiento.La paradójica revelación de la fugacidad se afirma cuando el filo del lenguaje poético, en su implacable tenacidad, hiere y canta para amar la belleza de esa flor que crece en el barranco. Valeria Zurano Buenos Aires, Argentina 2009.
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