Era la tarde, y la hora en que el sol la cresta dora de los Andes. El Desierto inconmensurable, abierto, y misterioso a sus pies se extiende; triste el semblante, solitario y taciturno como el mar, cuando un instante al crep sculo nocturno, pone rienda a su altivez. Gira en vano, reconcentra su inmensidad, y no encuentra la vista, en su vivo anhelo, do fijar su fugaz vuelo, como el p jaro en el mar. Doquier campos y heredades del ave y bruto guaridas,...