Ella, envuelta en la luz dorada del crep sculo, parece una diosa de la belleza encarnada. Su presencia, serena como el ocaso que ti e el cielo, irradia una calidez que acoge al coraz n de su compa ero. Cada gesto suyo es una danza delicada, una invitaci n al encuentro ntimo en medio de la inmensidad del panorama que se extiende ante ellos. l, el so ador que busca refugio en lo alto de la monta a, avanza con la determinaci n de...