No ten a m s consuelo temporal la viuda del capit n Jim nez que la hermosura de alma y de cuerpo que resplandec a en su hijo. No pod a lucirlo en paseos y romer as, teatros y tertulias, porque respetaba ella sus tocas; su tristeza la inclinaba a la iglesia y a la soledad, y sus pocos recursos la imped an, con tanta fuerza como su deber, malgastar en galas, aunque fueran del ni o. Pero no importaba: en la calle, al entrar en la iglesia, y aun dentro,...