Amigo m o: La confesi n, que la supersticiosa y t mida conciencia arranca a un alma arrepentida a los pies de un ministro del cielo, no fue nunca m s sincera, m s franca, que la que yo estoy dispuesta a hacer a usted. Despu s de leer este cuadernillo, me conocer usted tan bien o acaso mejor que a s mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea le do. Segunda: que nadie m s que usted en el mundo tenga...